Es un síndrome que aparece después de las vacaciones, como su mismo nombre indica, y al que cada vez se le está dando más importancia. Hace algunos años prácticamente era desconocida su existencia, lo cual no quiere decir que no hubiera personas padeciéndolo, sino que faltaba su diagnóstico.
Puede aparecer con una intensidad muy variable y diferentes formas, y es en algunos casos esta variabilidad la que puede hacer difícil su diagnóstico. Podemos señalar algunas características para reconocerlo. Lo habitual es padecer a la vuelta de las vacaciones, un cuadro de debilidad generalizada, astenia e incluso pérdida del apetito. Puede haber problemas de insomnio que conviven con somnolencia a lo largo del día. La capacidad de concentración se ve limitada, así como la tolerancia al trabajo. Es frecuente la sensación de desidia, hastío, angustia vital que puede llevar a un bloqueo, que afecta a la capacidad de tomar decisiones. Son frecuentes los cambios de carácter, con cierta agresividad, por lo que las relaciones con los demás pueden deteriorarse. Progresivamente, se establece, de forma habitual, una sintomatología propia de un cuadro depresivo. Por ello, puede iniciarse un verdadero círculo vicioso, en el cual el trabajo se va acumulando.
Podemos seguir algunas recomendaciones para enfrentarnos al trabajo a la vuelta de las vacaciones. A medida que nos acercamos al final del periodo vacacional, iniciar una vuelta progresiva, aunque no sea completa, a nuestra rutina habitual (horarios de descanso, sueño, alimentación), para evitar que el cambio sea tan drástico. Evitar una motivación personal excesivamente centrada en las vacaciones. Para ello, podemos desarrollar aficiones, y mantenerlas a lo largo del año. Y una vez que hemos vuelto a nuestro lugar de trabajo, podemos establecer un plan real, que nos permita afrontar las tareas pendientes con un orden de prioridades.
Si a pesar de estas recomendaciones, se presentan estos síntomas, la ayuda de un especialista puede ser muy importante.