La ira es una emoción que puede ser adaptativa. Nos puede ayudar a enfrentarnos con los que pretendan abusar de nosotros, agredirnos, poner en juego nuestra integridad física o psicológica. Se convierte en un problema cuando no somos nosotros quienes controlamos a la ira, sino que esta nos controla. También cuando no somos capaces de expresarla adecuadamente. En estos casos, hablamos de ira desadaptativa, porque produce consecuencias negativas para nosotros y para quienes nos rodean.
La violencia no siempre es física. A veces, es psicológica o sexual. Y se puede manifestar en diferentes contextos, en la familia, trabajo, en la calle, aunque casi siempre recae sobre las personas más cercanas.
Como otras emociones, la ira responde a la interpretación que hacemos de lo que nos ocurre. Lo que en realidad nos enfada no es lo que nos sucede, sino lo que pensamos sobre ello. A veces, la situación que desencadena la ira es clara. Si alguien nos insulta, nos empuja, significa que está actuando de forma “agresiva” con nosotros. En otras, no es tan claro. Una simple mirada de preocupación puede ser interpretado por otra persona como una ofensa, como desprecio. Se trata de aprender a pensar de otra manera, modificando los pensamientos negativos. No dejándonos “calentar” por nuestros propios pensamientos. Y a esto te puede ayudar una terapia psicológica.